martes, 23 de octubre de 2012

Explicación falsa del cuento «Muebles “El Canario”» de Felisberto Hernández

Elías Nieto


Mi primer encuentro con Felisberto Hernández se produjo hace más de nueve años,  ha sido de entre todos los encuentros que tuve, la ceremonia de iniciación que he tratado de prolongar por el resto de mi vida. Había leído a Horacio Quiroga, Cortázar y  Borges pensando que la literatura rioplatense tenía en estos tres genios a sus máximos exponentes de lo fantástico, sin embargo, llegó Hernández a mi vida para cambiarlo todo.
Nuestra narrativa ha contado con escritores fundacionales, escritores “islas” que sin constituir necesariamente un cenáculo (salvo Borges con lo del ultraísmo, aunque parecía que el argentino hacía todo solo) han colocado las  piedras angulares para su posterior desarrollo. Así como Yurkievich considera que Vallejo, Huidobro, Borges, Neruda y Paz son los “Fundadores de la nueva poesía latinoamericana”, muchos críticos coinciden en que Borges, Rulfo, Carpentier y Guimarães Rosa análogamente lo son de la narrativa latinoamericana. A estos nombres habría que sumar indiscutiblemente el de Felisberto Hernández, pues sus influencias parecen notarse cada día más en los escritores jóvenes que incursionan en la literatura fantástica, recordemos sino las sólidas opiniones de maestros como Cortázar y Onetti quienes lo consideran como uno de los más “brillantes” exponentes del género.
No obstante, Onetti llama la atención con respecto al desconocimiento de la obra de su compatriota, pues hasta el día de hoy, en muchos países, Hernández sigue siendo un autor de cofradías y grupos muy cerrados, a pesar de que muchos creen fervientemente que pronto gozará del mismo reconocimiento con el que hoy goza otro autor de cofradías como lo es Roberto Bolaño.
Mi ceremonia de iniciación estuvo cargada de los lamentos de la viuda del balcón, del dolor por algo que dejará de existir, de las lágrimas del Cocodrilo y de los pesares del concertista de piano que hasta ahora no deja de causarme, por muy extraño y contradictorio que parezca, profusas carcajadas, sobre todo la parte en la que el ñandú se traga su corazón verde. Sin embargo, de entre estos primeros cuentos que leí, el que más me llamó la atención fue sin duda «Muebles “El Canario”» que se encuentra el libro Nadie encendía las lámparas, ya que  logré vislumbrar una serie de constantes en la narrativa del uruguayo que me llevaron a indagar el sentido de las estructuras múltiples que sostienen su narrativa.
Es pues, el arte de Felisberto, un universo cargado de admirables ontologías, de miradas psicoanalíticas que, a través del discurso, logran generar atmósferas de lo más inquietantes. En su narrativa no podemos separar la memoria de lo fantástico, pues esta última se insertará en situaciones de las más cotidianas que conllevarán a prestar más atención en el tratamiento y en la historia, que en algún final sorpresivo. Ante lo absurdo, los personajes no parecen extrañarse; al contrario, se vuelcan al recuerdo y su búsqueda, que se da mediante la memoria, no podrá asir el espacio ni el tiempo pasado y por lo tanto la conformación de la subjetividad en relación con la consecuente búsqueda será muchas veces nula y no quedará otra que beber de lo ilógico.
Ahora bien, hablar de lo fantástico en los cuentos de Felisberto resulta de por sí conflictivo, ya que nos lleva a la problemática misma de la conceptualización del género fantástico en la literatura. Para ello, considero imprescindible los aportes de Todorov, quien sostiene que el género fantástico se encuentra entre lo insólito y lo maravilloso, solo se mantiene el efecto fantástico mientras el lector duda entre una explicación racional y una explicación irracional. Asimismo, rechaza el que un texto permanezca fantástico una vez acabada la narración: es insólito si tiene explicación y maravilloso si no la tiene. Según él, lo fantástico no ocupa más que "el tiempo de una incertidumbre" hasta que el lector opte por una solución u otra.
En este sentido, en el cuento «Muebles “El canario”» encontramos los elementos descritos por Todorov que serán legitimados, estilísticamente hablando, por el tipo de narrador, ya que lo contado no se cuestionará por estar legitimado por la realidad ficticia.
Lo interesante ahora es bordear los sentidos múltiples del cuento en base a lo fantástico, descubrir que la realidad solo existe en virtud a los elementos desplegados en el cuento, los cuales, a través de metáforas, traducen las representaciones simbólicas presentes en nuestra sociedad.
«Muebles “El Canario”» es un cuento breve que empieza con las palabras de un narrador homodiegético hablando desde un futuro: “La propaganda de estos muebles me tomó desprevenido”, es importante destacar que esta frase inicial nos causa cierta incertidumbre, nos anuncia algo parcialmente extraño, pues el término “propaganda” entendida como una acción de dar a conocer algo con el fin de atraer, se mezcla con la sorpresa enunciada por el narrador, quien nos relata su vuelta a la ciudad en el tranvía, cuando de pronto, un tipo sin mediar explicación alguna le introduce la aguja de una enorme jeringa. Le llamó la atención que en la jeringa dijera “Muebles El Canario”. Queda desconcertado y se trata de plantear una serie de explicaciones ya que se avergüenza de preguntárselo a los demás pasajeros que se mostraban sonrientes y aún ansiosos como la gorda que reclama su respectiva dosis.
 Al llegar a casa, mientras ciertas ideas lo perturban y no lo dejan dormir, oye el canto de un pajarito y posteriormente una voz que anuncia la transmisión de la difusora “El Canario” que explicaba la cuota de sus muebles y refería que pronto transmitiría un tango. Sorprendido, no encuentra el modo de apaciguar la transmisión, y al contrario la escucha con más nitidez. Desesperado sale a la calle a buscar alguna solución a su problema en los diarios, pero opta por tomar un tranvía. Ahí se encuentra con un hombre que estaba inyectado a un grupo de niños. Le pregunta por la forma de anular el efecto de la inyección. El hombre le menciona la existencia de las tabletas “El Canario”, en tanto la transmisión sigue mortificando al protagonista. Este, sin embargo, anhela una solución rápida, y entonces por medio de un insignificante soborno, le terminan revelando que el secreto para cortar la trasmisión  es darse un baño de pies bien caliente.

Una primera mirada nos remite al mundo de lo absurdo e ilógico, en el que nos encontramos con un claro componente de alienación, el narrador es un extraño en su propia ciudad. Esto como directo producto de una sociedad globalizada que genera la liberación de las relaciones sociales respecto a los contextos locales de interacción.
El tranvía en el que viaja, representaría la Posmodernidad, caracterizada, en este caso, por bombardearnos con nuevos modelos de consumo y por una omnipresencia de la publicidad y los medios de comunicación. Nuestro narrador se encuentra entonces dentro de esta dinámica, denominada por Jameson como la lógica cultural del capitalismo tardío.
El protagonista, sorprendido, ignora los mecanismos de la publicidad móvil que se constituye como un elemento esencial de la cultura posmoderna. No conoce las reglas del juego y aturdido es vencido por una honda vergüenza. No puede escapar ni evitar la publicidad, no tiene voz ni palabra que se oponga al caótico fenómeno. Trata de inventarse explicaciones inverosímiles, en lugar de reaccionar de alguna manera.
La sonrisa complacida de los pasajeros nos muestra el conjunto de sujetos que conforman las nuevas clases medias, que de acuerdo a Pierre Bourdieu, están en constante lucha contra los grupos dominantes más antiguos y que en el cuento tiene a la pasajera gorda como su máxima exponente quien ansía desesperadamente la inyección publicitaria,  ya que lleva en sí misma  los objetos culturales posmodernos que con su actitud trata de hegemonizar frente a toda la sociedad. Para los pasajeros en suma, el consumir ha llegado a ser mucho más importante que el de producir.
Una de las explicaciones que se trata de dar  nuestro protagonista  es que “de cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al público con ninguna droga”. Esta respuesta es al que muchos tratan de creerse frente a la boyante publicidad que invade nuestras vidas; sin embargo, ¿qué prohibición real existe en una sociedad de consumo si la palabra, en términos de Lacan, funciona como un intercambio simbólico?
El grupo social en el que de desplaza nuestro narrador está constituido por el efecto del significante. Una vez que la publicidad ha sido inyectada, la lógica del consumismo ha entablado su voracidad mediante “la palabra”, pues con esto, el sujeto se encuentra alienado de su necesidad e inserto en el deseo. El consumo busca constituirse como el acto humano de llenar una carencia, una falta o un vacío permanente.
En el cuento, aparentemente, a diferencia de lo que sostiene Bourdieu, sí es necesario recurrir a la coerción para legitimar el sistema social; sin embargo, es una coerción en apariencia, ya que el hombre que inyecta la publicidad piensa que el protagonista vive bajo el sistema,  de ahí su interrogante: “¿No le agrada la transmisión?”
Ahora bien, ¿por qué trasmitir la publicidad de unos muebles?, ¿por qué no la de un televisor, una marca de ropa o  una cocina equipada con los últimos avances de la tecnología en la que el cuento está ambientado? La respuesta nos permite abordar una  de las tres perspectivas del consumo cultural que elabora Featherstone, quien sostiene que los sueños y deseos  se proyectan en las imágenes del consumo cultural. De esta manera, un mueble genera un placer aparentemente estético en el sujeto que le debería impulsar a sentirse reconfortado y a mostrar una imagen de lo que es a través de lo que consume.
A  diferencia de los otros personajes, el protagonista se resiste a la dinámica posmodernista. Busca una solución desesperada subiéndose a un tranvía en el que encuentra con un empleado de “El Canario” quien está inyectando publicidad a un grupo de niños. Una lectura lineal nos daría a entender la vulnerabilidad que sufren los niños frente a la publicidad, sin embargo,  podemos interpretar el hecho, siguiendo nuestro análisis, como la anulación de las variables tradicionales de edad. Ahora todo se construye en base a los productos de “El Canario” y todo marcha hacia una sociedad sin grupos de estatus fijos.
Llegamos hasta el punto más desesperante, el narrador-protagonista requiere una solución rápida y efectiva, un servidor, agente vinculante del consumismo, le recomienda tomar las tabletas producidas por “El Canario”, en otras palabras, la propia enfermedad viene a ser la cura, de esta manera la vida parece reducirse al mero consumo. Esta cadena nos plantea que el consumo se ha transformado en un proceso que supone la construcción simbólica de un sentido de identidad tanto individual como colectivo.
Finalmente, existe una salida extra propuesta por el mismo agente vinculante del consumismo, la cual consiste en “darse un baño de pies bien caliente”. La situación parece desmoronarse ante un final que nos puede sacar una sonrisa, pero que en el fondo connota el sentido mismo de la manipulación de los signos en la lógica del consumo, y su capacidad de transmitirse a través de la palabra, lo que nos lleva a adoptar la posición de Baudrillard, ya que el consumo no se puede conceptualizar como un proceso material, sino como una práctica en la que no se consumen los objetos, sino las ideas.
«Muebles “El Canario”», es pues, un cuento que sin lugar a dudas nos propone una infinidad de lecturas que, desde diferentes enfoques, nos otorga una mirada crítica a la realidad a través de lo fantástico, aunque siempre he pensado que todo esto no es más que una explicación falsa de los cuentos.

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